senderismo en portugal

De cómo el senderismo en Portugal transformó mi vida

Crónica de Fernando Ibarra, 40 años, español con ascendencia portuguesa, quien, después de años de fantasías y planes, se lanzó al senderismo en Portugal.

1.El pulso de la naturaleza en cada paso

El primer paso fue torpe, casi como si estuviera intentando hacerle un moonwalk a una roca. Llevaba una mochila que parecía llena de piedras (y que, según mi espalda, probablemente lo estaba), y el estrés de la ciudad estaba tan incrustado en mi cuerpo como si fuera parte de mi ADN. Ya sabes, como esos pantalones viejos que uno guarda por nostalgia, aunque no se los pone nunca. Pero entonces, la naturaleza me hizo una oferta que no pude rechazar: «Olvídate de todo, y ven a caminar.» Y, claro, ¿quién soy yo para rechazar a la naturaleza? ¿Una persona sensata? Ja. Como si no supiera que, en este punto de mi vida, un paseo por el bosque sería más efectivo que cualquier terapia.

Así que, sin pensarlo dos veces (porque, a decir verdad, no me quedaba energía ni para pensarlo), tomé un segundo paso. Este fue aún más torpe que el primero, porque mi mochila pesaba tanto que parecía que llevaba toda la biblioteca de Alejandría en la espalda. Sin embargo, lo que sucedió a continuación fue una especie de epifanía cósmica: el estrés de la ciudad, la carga de mi vida adulta, todo se fue desvaneciendo lentamente, como si la mochila estuviera siendo vaciada a medida que avanzaba. Y, por supuesto, mi sentido del ridículo, que parecía haber quedado en la entrada del bosque, también empezó a disminuir.

2.El significado espiritual -y solitario- del senderismo en Portugal

Al principio, me imaginaba en una especie de retiro espiritual, lleno de momentos zen mientras contemplaba paisajes idílicos… pero también había piedras, ramas que me hacían tropezar y, por supuesto, un sol que parecía estar cocinándome. 

Fue en lo alto de un acantilado en Peneda-Gerês cuando me di cuenta de que el senderismo no era solo una cuestión física. Estaba también tratando de “sentarme” con mis pensamientos… pero el viento me los llevaba tan rápido que no podía ni concentrarme en la meditación. Sin embargo, esa sensación de pequeñez frente a la inmensidad me dio una paz inexplicable. Es como si el universo dijera: “Relájate, Fernando, que aquí nadie te está juzgando… solo los pájaros y tal vez el pino de ahí”.

3.Un mosaico de maravillas entre el sudor

Cada amanecer en los senderos me regalaba una paleta distinta de colores: el dorado del sol filtrándose entre los árboles, el azul del Atlántico a lo lejos, el verde de los viñedos en el Valle del Duero. Y mientras caminaba entre rocas centenarias y ríos que susurraban historias, aprendí a mirar de nuevo.

Me detenía, no por cansancio, sino para guardar en mi mente las siluetas de los riscos, la cadencia de las olas rompiendo contra los acantilados, o el vuelo tranquilo de un águila. En Portugal, la naturaleza no solo se observa; se respira, se siente en la piel y en el alma. 

Si alguna vez has caminado por las montañas de Portugal, sabrás que es como una película de aventuras, pero sin los efectos especiales (y sin el actor principal guapo). Cada camino tiene una historia oculta. Desde las tierras rojas de Alentejo hasta los místicos bosques de Sintra, es como si la naturaleza misma estuviera diciendo: “Mira esto, pero con más misterio, ¿quieres?”

Portugal no solo tiene paisajes que hacen llorar a cualquier fotógrafo, tiene secretos. Y esos secretos te los va contando a medida que avanzas… si no te tropiezas con una raíz primero.

Cada ruta es una revelación. Desde la tierra roja de Alentejo hasta las brumas misteriosas de los bosques de Sintra, cada sendero me mostraba una faceta diferente de la naturaleza portuguesa. En la Costa Vicentina, los acantilados desafiaban con su belleza al mar.

4.Encuentros soleados en el camino

Pensé que el senderismo sería una experiencia solitaria, pero estaba equivocado. En cada curva del camino encontré rostros curtidos por el sol, miradas que reflejaban la misma búsqueda de algo más. Un pastor en Tras-os-Montes me habló de su niñez entre las colinas, de cómo las cabras sabían más de mapas que él mismo, y un viajero holandés me compartió agua y su historia, que era tan larga que probablemente podía haberla contado en varios idiomas. Fue todo un oasis en medio del calor, un respiro tan refrescante que me hizo olvidar por un momento que mi mochila era más pesada que mi vida de adulto responsable.

La camaradería no se forja con palabras, sino con gestos sencillos: una sonrisa al cruzar una senda estrecha, un consejo sobre la mejor ruta (que, por supuesto, me perdí justo después de recibirlo), y sobre todo, el silencio compartido ante un paisaje impresionante, donde el único sonido era el susurro del viento y el crujir de mis rodillas al intentar mantenerme en pie. Porque, al final, uno no necesita grandes discursos filosóficos ni teorías de la vida para sentirse parte de algo más grande; basta con compartir una mirada cómplice mientras ambos, el pastor, el viajero holandés, y yo, intentamos descifrar si esa era la «ruta fácil» o si de alguna manera el sendero nos estaba jugando una broma cósmica. Pero, claro, nada une más que una risa auténtica ante la inevitable derrota de la orientación. 

5.El desafío mental y espiritual: superar las dificultades

No todo fue fácil. Hubo momentos en que la fatiga pesaba más que la motivación. Caminos interminables y ascensos que desafiaban mis propios límites. Pero justo cuando el cuerpo quería rendirse, algo dentro de mí se despertó: la inexorable voluntad de continuar.

Al final, el senderismo en Portugal me hizo darme cuenta de algo que nunca había entendido del todo: que el sudor y el esfuerzo tienen su recompensa. No es el paisaje, ni los selfies en la cima, es la sensación de que, cada vez que superas un obstáculo, nacen nuevas fuerzas dentro de ti. O eso, o tal vez era el café que me tomé después de la caminata, pero lo llamaremos “renacimiento espiritual”, ¿vale?

6.Epílogo: una transformación silenciosa

Regresé a casa siendo una persona diferente, y con más músculos. El estrés ya no me aplasta tanto y, aunque las responsabilidades siguen ahí, ya no me parecen tan aterradoras. El senderismo me enseñó a caminar, pero más importante aún, me enseñó a disfrutar de cada paso, por pequeño que sea. Así que, si alguna vez te encuentras en un sendero de Portugal, ya sabes: no es solo un paseo. Es un entrenamiento para el cuerpo… y para el alma.

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